El perfil transversal (Willy, eres un 'tolosabo') longitudinal de la prueba, que os pongo aquí según lo descargado de mi GPS, quizá no os diga mucho. Se parece bastante a carreras como la de Molinicos, por ejemplo. Pero hay un factor de escala que a simple vista se escapa. Allí, en Molinicos, se suben en el tramo más duro “sólo” 256 metros en vertical a lo largo de 4 kmy en Bienservida “sólo” 330 metros en 6 km. En Ricote únicamente la primera subida tiene 644 metros verticales en 6,85 km.
- Bah, una tontería, nada más que 24,2 kilómetros. Total, un poquillo más que una media maratón. Coser y cantar.
Pero hay que ir allí y hacerlo. Que yo os lo cuente sirve de bien poco. Aquello es jodido, jodido de verdad.
Todavía quedan grupos de rock, en pleno 2012, que usan la voz en falsete. En plan ELO, Supertramp, o Bee Gees.
En Murcia no hay Circuito de Carreras Populares. Allí están más grillaos aún. Lo que tienen es un Circuito de Carreras de Montaña. Les ha dado por ahí. A otros les da por tocar el tambor con el rabo o meter la lengua en un ventilador. ¿Y cual es la carrera de montaña de este Circuito con mayor grado de dificultad? Pues el Ricote Trail. Hay otras más duras, pero fuera de este Circuito: en Cartagena una de más de 40 km, y el Yeti-Trail de 44; pero para inscribirte en esas te piden el certificado de que el psiquiatra te va a dar el pase pernocta del manicomio para ese fin de semana.
No sé ni por donde cojones empezar. Bueno, sí, diciendo que Ricote es un pueblecillo que está cerca de Archena y Blanca, en la provincia de Murcia, un poco más abajo de Cieza. Muy cerca pasa el Segura. En toda esta zona estuvieron lloviendo un par de días prácticamente seguidos, con lo que el sitio por el que discurría la carrera imagináos como estaba. Pero la lluvia, aunque afortunadamente se prodigó poco mientras transcurrió de carrera, no era la mayor de mis preocupaciones. Lo era el barro, ese sucio trabajo que la lluvia había estado dos días enteros forjando.
Del total de la carrera ya directamente un 52% discurre por campo a través. Bueno, más que “campo” es “montaña” a través. Otro 26% es por sendas. El 22% restante por una mezcla de rambla, pista y asfalto. Pero no os creáis que la rambla era de hormigón como aquella donde hacían carreras de coches en la película Grease, ni que la “pista” era una pista de atletismo.
El campo a través era, pues eso, que ya ibas por una senda miserable pero encima te desviaban por el medio del monte con todo lo que conlleva. Piedras de todo tamaño, tipo y condición, raíces, charcos, barrizales, más piedras, y más barro. Cuesta arriba jodía un montón, porque tenías que irte agarrando a los árboles y apoyándote en las rodillas, pero bajando era casi peor, porque el espacio semi-plano que había entre pedrolo y pedrolo estaba lleno de un barro hiper-resbaladizo y, como pegases un traspiés, el hostión podía ser impresionante. De partirte un hueso o dos, fijo. Y las ramblas eran el copón. Eran como ir por el fondo de un barranco lleno de piedras y, entre los huecos, un auténtico lodazal donde un gorrino se lo hubiese pasado de lo lindo. Lo “mejor” eran las sendas, porque eran como lo demás pero con un 50% menos de barro. Lo más parecido a lo que conocemos del Circuito de Carreras de Albacete son las pistas forestarles, aunque algunas por las cuales la organización tuvo a bien hacernos transitar estaban como para poner una denuncia.
Con todo este amasijo de circunstancias nos plantamos en Ricote una expedición albaceteña formada por Lázaro, Ramón y servidor. También nos encontramos allí a Paco Marcos, que es quien me “recomendó” la carrera. Todo el camino en coche lloviendo y casi todo de noche, ya que salimos a las 7:20 tras un madrugón de cojones.
Típico mogollón de los días lluviosos junto a las mesas de los dorsales, pero vamos, no estuvo mal. Al coche otra vez a prepararnos con los chubasqueros, cinturones, chips y demás. Ale, pa’ la salida. Allí había dos grandes arcos inflables y la alfombrilla de meta, pero no hubo alfombrilla de salida (cojones, si la tenían ya allí puesta, ¿qué trabajo les hubiera costado moverla de sitio y reprogramarla si tenían dos horas largas por delante para hacerlo?).
Cuando no habíamos trotado ni 500 metros ya llevaba yo ambas zapatillas llenas de agua tras haber pisado ni se sabe los charcos. Al principio va uno ahí en plan mariquita sin querer mancharse… ¡qué gilipollez más grande, si luego íbamos a acabar de barro hasta las rodillas!
Un breve paseo por entre unas huertas llenas de limoneros flanqueadas por muros de piedra y, en seguida, a subir andando. Se puede andar más rápido o más despacio. Pero hay que ir andando. Rampas llenas de piedras, raíces, barro y más piedras y más barro con inclinaciones de entre 30 y 45 grados. Como ir subiendo escaleras pero llenándote de mierda a la vez (¡qué poético me ha quedado!).
La idea era aguantar los 7 primeros kilómetros iniciales de subida como sea, luego mantener el tipo en la zona de bajada-llano entre el 7 y el 15, aguantar la última subida del 13 al 18 (a las antenas) y a partir de ahí coser y cantar bajando suavemente hasta la meta. Objetivos:
- Que no nos devore una manada de lobos y/o licántropos.
- Llegar a meta y, si es posible, bajar de las 4 horas, o por lo menos rondarlas.
- Llegar con todos los huesos del cuerpo íntegros.
Me descojono cada vez que leo lo que acabo de escribir. Sobre todo lo del “llano” del 7 al 15 y la bajada final. Veréis por qué.
Quizá lo mejor fue al principio. El paisaje era precioso, aunque el día era oscuro y sombrío hasta más no poder. Pero por lo menos iba con gente y me podía distraer. Además mentalmente estaba fresco y aún no tenía ni puta idea del calvario que se me vendría encima.
Inciso: por suerte tuve, todo el trayecto, la inestimable compañía del buen Lázaro, que se adaptó a mi ritmo en todo momento y me esperó en prácticamente todas las subidas. Sólo en los últimos 5 ó 6 km ibamos los dos tan echos polvo que no hubo diferencia.
Subir y más subir entre pinos y arbustos, en fila de a uno porque no había sendero ni hostias. De vez en cuando dejábamos pasar a alguno que venía ligeramente más fuerte. Alguna gente llevaba bastones, y la verdad es que creo que venían bien tal y como estaba el monte de barro, de resbaladizo y de rocoso. Y una pequeña ayuda de los brazos no hubiera venido mal, y así las piernas hubieran tenido un descanso aunque hubiera sido mínimo. Y alguno se podría haber librado, quizá, de una buena hostia.
En la salida, por un megáfono, dijeron algo de que habían variado el trazado, pero no me enteré bien. Por eso pensé, cuando llegamos al avituallamiento del km 5 (5,450 en realidad) que quizá habíamos llegado al final de la primera cumbre. Error.
Los avituallamientos eran una especie de tenderetes atendidos por 3 ó 4 voluntarios, bastante agradables todos ellos, que te servían agua en vasos de plástico y te partían naranjas y melones. Todo el mundo se paraba y aprovechaba para descansar un poco y charlar con los que se encontraban allí. En este primero yo solo bebí un vasito de agua y adiós muy buenas (llevaba una botella de medio litro de isotónica que aún estaba virgen). Distancia: 5.450 metros. Tiempo: 53:45 (NOTA: todos estos datos tan precisos los estoy sacando del track registrado por el GPS que después he volcado al ordenador; en carrera no tuve tiempo de entretenerme con estas mariconadas).
Allí se desviaron los de la prueba corta (de unos 10 km), con lo que el grueso de la fila de corredores se redujo bastante. A esos suertudos los mandaban hacia abajo por una pista forestal, mientras que a nosotros, pobres desgraciados, nos indicaron otra ascendente. Pero a los 100 metros adiós pista y métase usted por aquí por este cerro que verá usted qué bien lo va a pasar.
Ahí empecé yo a mosquearme un poco. Aquello no era tan bonito como por donde habíamos subido hasta ahora, con mucho árbol y arbustos aromáticos que olían de maravilla. Incluso olía a setas. Allí no. Aquello era “zona alta” y los árboles brillaban por su ausencia. Era un peñasco de piedra resquebrajada entre cuyos intersticios había un divertido barrizal. Y encima empinado. Bastante empinado. Ritmo por encima de los 13 min/km. Casi nada.
Sin darnos cuenta llegamos a esa cima en el km 7 (6.840 en realidad) sin previo aviso. Y es que había un sendero (o pista forestal, o… ¿importa?) que seguía subiendo, por lo que pensé que si nos desviaban sería para meternos por algún camino más chungo aún. Pero no, era una bajada cuasi-suicida pero que se podía hacer al trote aun a riesgo de rodar como un cabrón y partirte la espalda contra algún árbol, cosa que afortunadamente no ocurrió.
Cada tanto había un trozo de cinta de balizamiento de plástico, como esas que ponen en las obras, de franjas rojas y blancas. En El Salobral creo que han puesto unas pocas cintas de este tipo este fin de semana, pero para otra cosa y de otros colores: blancas y verdes las de la Guardia Civil, y blancas y azules las de la policía.
Lázaro iba delante, marchando detrás de un grupillo de 3 ó 4 entre los que había una chavala (sí amigos, también había grilladas femeninas aquí, y de muy buen ver, por cierto). Yo llevaba detrás a otro pájaro. Lo pasamos muy bien en este desceso, sobre todo por la sensación de correr por plena naturaleza, por plena espesura boscosa, y sobre todo porque era hacia abajo. Todo muy frondoso, muy húmedo y muy bucólico. Un sitio por donde, si no es por estas cosas, no pasas en tu puta vida ni de casualidad.
De pronto los de delante se paran y no saben hacia donde ir. Hay un cruce de caminos (¿caminos? ¡Já!) y no se ven más cintas. El que viene detrás dice “Cojones, pues por ahí, ¿no veis las huellas?”. Hay que decir en este punto que era enormemente escasa la diferencia entre las sendas creadas de manera natural a partes iguales por zorros, jabalíes, buscadores de setas y licántropos, y el senderuelo pastoso que habían dejado los doscientos y pico de colgaos que llevábamos delante. Pero afortunadamente después de unos 200 m volvimos a ver más cintas y seguimos bajando.
Lamentablemente volvimos a llegar al fondo de un espectatular barranco antes de lo que nos hubiera gustado. Y otra vez para arriba. Trepar y más trepar, unos 1600 metros en horizontal subiendo unos 160 metros por la cresta de una sierra (como si en vez de dar la vuelta a la Peña de San Blas en Elche de la Sierra nos hicieran escalarla y recorrerla por la cima). Sube y sube, piedras, barro hasta llegar arriba. Las vistas acojonantes, sobre todo por la sensación de altura que se tenía. Aunque la verdad es que no se si estaba mirando hacia Calasparra o hacia Jumilla, ya que la desorientación era absoluta después de dar cincuentamil vueltas, amén de que el sol no se veía por ningún sitio, y no sabía distinguir de dónde venía su resplandor, que parecía iluminar uniformemente todo el encapotado cielo.
Ahora sí bajamos un poco y vemos al fondo el segundo avituallamiento. Cuando digo “al fondo” quiero decir “a tomar por el culo de lejos”. Tampoco creáis que daban muchas ganas de mirar para allá, ya que el mínimo despiste podía hacer que te pegaras la hostia padre. Justo antes de parar pasamos a un tío que, por lo que luego nos cuenta, venía andando lisiado desde hacía 4 km, distancia que Lázaro y yo hemos cubierto en 36 minutos. Así que este colega debe llevar al menos 45 minutos de amargo sufrimiento. Por suerte para él le localizan un medio de transporte para bajarle a Ricote desde el llamado Collado del Moro. Nosotros tomamos un par de trozos de naranja y algo de agua y proseguimos. Distancia: 10.790 metros. Tiempo: 1:45.
Se ve que pensaron que como habíamos recuperado fuerzas podríamos afrontar sin problemas una tremenda subida. Sólo fueron 430 metros de avance, en los que subimos 75 metros. Reconozco que fue uno de los momentos de mayor desesperación por mi parte. Tardé 10 minutos. Las primeras subidas, aunque agotadoras, las había hecho con cierta alegría. Ahora era un auténtico tedio, lento y trabajoso.
Por fin llegamos arriba y empezamos a transitar por una zona en la que se alternaban subidas y bajadas, discurriendo por una especie de terraza en la que a nuestra derecha quedaba una pared natural de piedra y a nuestra izquierda la inmensidad del valle. Impresionantes las vistas de nuevo. Bajamos por un pedriscal (palabra que me acabo de inventar) y vemos al fondo un par de fulanos que nos indican que nos metamos por un sitio por el que nadie, absolutamente nadie, que esté en su sano juicio hubiera osado jamás bajar.
Describirlo es dificil: un oscuro y sombrío canal natural descendente encajonado entre dos paredes terrosas flanqueadas por tétricos árboles, relleno en su fondo por un barro resbaladizo y negrísimo que se hundía un palmo a cada pisada. Tardamos 17 minutos en llegar al fondo de aquel tenebroso camino de locos, recorriendo más de 2 kilómetros.
A partir de ahí, la ascensión definitiva. Los primeros 1.750 metros transcurrían por una especie de calzada empedrada de algo más de un metro de anchura, no muy empinada (en condiciones normales se hubiera podido subir hasta trotando), en la que fuimos a paso ligero en plan senderismo. Moralmente esto me dio fuerzas porque pensé que desde el punto bajo anterior quedaban “sólo” los 5 km de subida en los que se nos podría ir ¿cúanto? ¿una hora como mucho? y que a partir de ahí la carrera estaba hecha. La pendiente no era excesiva como para extenuar, así que nos lo tomamos como un “descanso ascendente”. Aun así subimos bastante, unos 120 metros.
Este tramo “suave” acabó al llegar a una especie de explanada con una fuente, junto a una carretera asfaltada (“la carretera”, habría que decir, puesto que es la misma que cruzamos varias veces durante la bajada), donde habían instalado el tercer avituallamiento. Más agua en vasos, me rellenaron la botella de isotónica que llevaba y a la que ya había dado un buen tiento, otro par de gajos de naranja, comentarios y a la faena. Distancia: 16.260 metros. Tiempo: 2:42.
Cruzamos la carretera y ahora el tramo a recorrer si que se complica severamente. Una estrechísima senda con muchisimo barro en un paraje ultra-frondoso y húmedo. La inclinación era mucha y mis piernas hacían lo que podían, siguiendo a Lázaro, que parecía que se fuese dando un bonito paseo por el bosque. Este tramo, que discurrió combinando tramos de arboleda con otros paralelos a la carretera, concluyó con la guinda del pastel: un último e interminable tramo rocoso, la cresta de una enorme montaña por la que tuvimos que trepar a 20 uñas otros 300 metros hasta llegar al repetidor de RTVE situado en el pico de Almeces, conocido cariñosamente como “las antenas” (a lo que añado yo, no tan cariñosamente, “las antenas de los cojones”). A dichas antenas llegamos de manera un tanto indigna, por detrás, por el medio de la montaña, por donde a nadie jamás se le hubiera ocurrido subir, reptando junto al muro de hormigón que las sostiene.
En total subimos desde el último avituallamiento 270 metros en vertical repartidos en sólo 1.720 metros, tardando más de media hora. Es decir, desde el fondo de la hondonada habíamos avanzado sólo 3,5 km horizontales y 385 metros verticales en los que habíamos empleado 55 minutos.
¡¡Lo habíamos conseguido, habíamos llegado vivos a las antenas!! Ahora sólo quedaba bajar. ¡¡Y unos cojones!! ¡¡Y una mierda que te comas!!
Arriba, junto a los repetidores (km 18 casi exacto), había una persona que me dio alegría ver. Y eso que por esta zona aún llevábamos Lázaro y yo una pequeña compañía siempre, ya fuera 50 metros delante o detrás, más o menos. Pero no sé, ver a aquel fulano allí vestido como una persona normal me dio alegría. Como todos los voluntarios nos animó y nos indicó la ruta, aunque nos dijo “Venga, que os quedan ya sólo ocho”. ("¿Ocho,
Evidentemente era algo mejor que ir subiendo. La respiración no se me agitaba tanto, era menos agotador, me cansaba un poco menos y el ritmo era ligeramente superior. Pero a cambio los cuádriceps, al tener forzosamente que ir reteniéndome para no estamparme y rodar 50 metros cerro abajo, me iban ardiendo, los tobillos estaban a punto de irse para cualquier sitio, las fascias plantares me dolían a horrores y, en definitiva, iba cagándome en todo lo que se menea.
Nos dio un pequeño (grande, mejor dicho) bajón al comprobar lo complicado de la bajada, haciendo el primer kilómetro (del esperadísimo descenso, os recuerdo, en unos escalofriantes 11:53; insisto, bajando, imaginad las condiciones). En un momento dado, nos cruzamos con una pista forestal a la que tuvimos que descender de espaldas y jugándonos el tipo. Matarse era fácil, las piernas ya no nos sujetaban bien y cualquier traspiés que en condiciones normales no te tiraría al suelo, ahora, al fallarte los músculos, podía hacer que te dieras un hostión de campeonato.
Del 19 al 20 no mejoró demasiado el tema, aunque pudimos trotar un poco no sin antes unos 200 metros ascendentes que tuvimos que hacer, cómo no, andando. Este kilómetro, en realidad, ya lo habíamos trajinado en torno al km 6 de carrera, cuando eramos unas personas felices y contentas, aunque eso no lo he sabido hasta que no he visto el trazado en el ordenador. Finalmente llegamos al último avituallamiento, en el que había isotónica también, además de las consabidas naranjas y rajas de melón. Otro par de gajos de naranja, isotónica y adelante. “Ánimo, a partir de aquí es todo pista forestal, os han quitado el tramo peor, que está muy mal para bajar. Venga, que sólo os quedan ocho.” (…) “¿Ocho? Eso mismo nos han dicho en las antenas.” (…) “Venga, ánimo.” (...)
Efectivamente era pista forestal y empezamos el trote cochinero pero ¡¡me cago en la puta de oros, si continuaba cuesta arriba!! Aquí recuerdo que miré el reloj y, viendo que llevaba 3:40 y que la pista ascendía, le dije a Lázaro: “No puedo, macho, vamos a andar.”. Así que estuvimos andando rapidillo unos 5 minutos mientras la pista ascendía (aunque con una pendiente mínima), tramo en el que coincidimos con un chavaluco que iba de naranja y al que luego vimos varias veces. Le iban dando calambres así que a veces se quedaba atrás y otras tiraba para delante.
Llegó un momento en el que, ahora sí, por fin, la pista apuntaba hacia abajo. Fue una larguísima bajada, desde el 21 hasta el 24,5 aproximadamente, por una pista forestal en condiciones bastante razonables (cuádriceps ardientes), aunque dadas nuestras lamentables condiciones lo hicimos a una media de 5:35 que me pareció bastante digna.
- Estooooo, Alberto, espera ¿has dicho kilómetro 24,5? ¿Pero no eran 24,2 en total?
- Bueno, es que la organización de la carrera tuvo la amabilidad de quitarnos una parte de la bajada más peligrosa, a cambio de lo cual nos hicieron dar un agradable rodeo que hizo aumentar la distancia total unos cuantos kilometrillos de nada.
Llegamos a una carretera y allí hay un policía y otro tipo. Nos dice que vienen unos 700 m de asfalto y luego otros tres km por caminos hasta la meta. La carretera era cuesta arriba, así que a caminar. Se nos une el de naranja. Tras unos 500 m llegamos a un puente que cruza un descomunal barranco (¿se habrá tirado alguno, desesperado?) y trotamos un ratillo hasta que nos desvían de la carretera para meternos otra vez por unos caminos de tierra.
Alternamos unos tramos andando y otros trotando, aguantamos la broma final en la que nos meten por encima de un colector que baja hacia las huertas. Ya vamos más cabreados que cansados. Canalizar nuestro odio hacia el tarado al que se le había ocurrido hacer una carrera por semejante paraje hizo que nos olvidásemos de nuestro propio cansancio. No veíamos la hora de llegar a meta, parecía que llevábamos haciendo esa carrera toda una eternidad. Habíamos visto el pueblo de cerca y nos daba la impresión de que nos habían desviado para dar un rodeo aún más amplio, y eso que ya nos ibamos a chupar un par de km más (luego, visto el mapa, he comprobado que nos equivocábamos, puesto que al final nos metieron casi en línea recta, siendo la carretera que parecía ser directa la que serpenteaba).
Cuando el GPS marcaba 26,5 va un colega que había por allí y nos dice que nos quedan dos kilómetros. Pero menos mal que se equivocaba, aunque ya nos daban igual ocho que ochenta. El camino se convirtió en una especie de acera de hormigón que, en suave cuesta abajo, nos llevaba hacia Ricote entre huertas de limoneros. Dicho así parece bonito, pero era fea la cosa de cojones, nada que ver con los imponentes cerros y paisajes que habíamos visto horas antes. El último kilómetro y medio largo lo hicimos sin dejar de correr. Ahora pienso que eso tuvo mucho mérito después de la paliza enorme que llevábamos a cuestas.
Por fin llegamos al pueblo, a la calle donde habíamos aparcado, pero aun así no nos fiabamos, así que le preguntamos a uno que ya había terminado que cuánto quedaba, y nos dijo que menos de 80 metros. Acertó. Por fin doblamos una calle y vemos los arcos hinchables. Cruzamos la meta dados la mano como dos palomos cojos (palomos no sé, pero cojos casi que sí) y se acabó. Han sido 4:29:29 y 27.800 metros. Puesto 255 de 273 llegados, de un total de casi 400 inscritos.
En la meta Ramón dice que ha hecho 4 horas (3:57 realmente), pero con problemas en los tobillos. Cogemos la bolsa y bebemos algo. Están dando los trofeos a los ganadores. Empieza a llover otra vez. Se ha suspendido la paella. Estamos reventados. Vámonos a casa.
Conclusión: por la tarde hablé con Paco Marcos, que tardó 4:03, se perdió, hizo 3 km más que el resto (es decir, casi 31 km) y se pegó una buena hostia, sin consecuencias afortunadamente. Coincido con él en varias cosas. Lo primero es que esta carrera es equivalente, incluso superior en dureza, a un maratón. Las agujetas yo incluso creo que son mayores, así como la sensación de cansancio, la fatiga, y las ganas de no repetir. Lo segundo es que ya hemos hecho una, y de las muy chungas, así que este capítulo hay que cerrarlo. Es como si a alguien que no ha visto ninguna iglesia le enseñas la Catedral de Santiago de Compostela; las demás le parecerán una mierdecilla. Pues bien, vista esta carrera, no vamos a correr otra más bonita ni más dura nunca más, así que es mejor dejarlo aquí. Lo tercero es que, una vez probado, no me ha enganchado (algunos chalados dicen que esto engancha), y creo que hay un riesgo altísimo de caerse, herirse, lesionarse y joderse la vida. Por no hablar de que hay determinadas zonas donde como pierdas pie y te caigas te despeñas por un precipicio que como te des en la cabeza no te encuentran en una semana (no estoy de cachondeo, se pasaba por algunos sitios verdaderamente peligrosos). Yo iba con Lázaro, pero hacer esta carrera sólo debe ser bastante desesperante, toda una lucha contra uno mismo y contra la montaña.
Así que ya sabéis, si estáis aburridos de las carreras del Circuito de Albacete haceros una de estas. A mí me han servido para valorar más esas carreras en las que das absurdos paseos por un pueblo y parte de su zona industrial.
Gracias por estar ahí.
De nada por estar aquí.
Salu2.
Tenías que haberlo escrito en endecasílabos colgantes, darías más dramatismo a la lectura...
ResponderEliminar-SEBAS-
Alberto, te escribo esto antes de ir a dar un coñazo de clase. Ese día estuvimos a pocos kilómetros, pues yo estaba en mi pueblo (Abarán) que está cerca de Ricote. De hecho la sierra de Ricote ha formado siempre parte del "atrezzo" de mi infancia, ya que mi pueblo está en un valle y las sierras lo rodean, y entre ellas sobresale el gran cerro de las antenas. Por todo lo que dices yo todavía no me he atrevido con alguna de montaña. No sólo por las subidas (que también) sino por las bajadas. Yo soy muy poco cuidadoso (es decir, un patoso de cojones) y no me veo bajando por sendas indescriptibles, pasando cerca de barrancos... es que además me da sensación de vértigo. Habéis tenido unos huevos tremendo en iros para allá sin haber hecho mucha montaña. Es como querer empezar a correr y lo primero que corres, casi sin entrenar nada, es una media maratón. Pues que a partir del 15 te acuerdas de todo. Un abrazo y nos vemos en Aguas Nuevas, que ya me he apuntado.
ResponderEliminarMe ha encantado tu crónica. Llevo 5 años corriendo por el monte y soy de los que se enganchó a la primera y nunca había encontrado una crónica tan distinta a mis sensaciones. Muy buena y una prueba más de que "para gustos, los colores"
ResponderEliminarNo te preocupes, Alberto hizo la crónica en caliente, y es cierto que los kilómetros finales se nos hicieron muy duros porque íbamos mentalizados a una carrera de 25 km y esos 3 kilometrillos extra se nos hicieron un poco largos cansados ya como íbamos, pero la carrera mola y estoy casi seguro de que ambos repetiremos el año que viene.
EliminarBueno, como de costumbre, siento tus crónicas como mías ya que si la hubiese hecho yo me habría salido casi clónica, pero sí que voy a hacerte algún que otro anexo (que al fin y al cabo cuatro horas y media dan para mucho):
ResponderEliminar- En mi GPS me salieron 4:20, pero recuerda que yo lo paraba en los avituallamientos.
- Por los comentarios que recibí de mis allegados al llegar a casa, imagino que todavía estás ventilando el coche.
- Imperdonable de todas todas no haber mencionado la heroica muerte de tus zapatillas.
En fin, yo admito que sí disfruté bastante de la carrera, salió el senderista que hay en mí y salvo como dices cuando al final nos pudo la psicología de "la carrera que no se terminaba nunca" me lo pasé como un gorrinete en un tornajo. De hecho ya he retomado mis viejos contactos senderistas para cuando acabe el circuito de carreras pegarme alguna escapada al monte.
Finalmente, pese a los comentarios iniciales ahora más en frío no creo que Ricote tenga un nivel de maratón. Es cierto que es muy dura, y ciertamente se parece más a una maratón que cualquier otra cosa que haya hecho (triatlones incluidos), pero no llega a ser tanto como una maratón (aunque se le queda muy cerca). Sea como sea, sí que creo que es una carrera que hay que preparar un poco.
El año que viene cuando repitamos vemos a ver.